Capítulo 8. El sentido de un final. Julian Barnes. Editorial Anagrama.

O le dan el premio Nobel a Barnes o me la corto en rodajas, así de claro lo digo.
No se puede llegar tan tan lejos en tan pocas páginas: afortunadamente aquí, este escritor tan enorme lo condensa todo en poco y se lo tenemos que agradecer, porque ésta es una de esas novelas, como Los Enamoramientos de Marías (otro que tal baila), que después de llegar al final de la página, tienes que volver a releer lo leído y así capítulo tras capítulo, porque no das crédito a lo que acabas de leer y como es tanto el placer y la fascinación quieres repetir y que no se termine nunca, como los polvos bien echados o como las piruletas de fresa con forma de corazón de la marca Fiesta.
Este novelón de Barnes es tan humano, tan real, tan salvaje, tan desnudo que dentro de sus pocas páginas está todo lo que la psique humana es capaz de generar, sus comportamientos más bajos y los más altos:  el error, la duda, la vergüenza y el perdón, la miseria, la mentira, la ira y encima vestido de noche, de largo, perfumando, que es como se las gasta la buena literatura.
Ningún personaje es tratado con misericordia, ni defendido; Barnes es frío como la muerte, como la caricia de Nicole Kidman, es lo que es y encima juega contigo, se recrea con la historia y con las palabras, con la estructura y nos engaña, nos da falsas pistas, sin mentir, sólo para mostrar que la verdad no es más que una mentira que es borrada por otra mentira y así sucesivamente  y  que la única manera de descubrir la verdad es cuando todas las mentiras se quedan al descubierto y que las mayoría de las veces la verdad no es más que una pedazo de mentira enorme y siento mucho, la verdad, si me he puesto intenso es que me acabo de cruzar por la plaza de Ópera con Hanneke y esto, no te miento, marca un huevo.

domingo, 17 de febrero de 2013

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